En
España hay dos cosas que están por las nubes.
La
primera: El nivel de deuda y déficit y la segunda: La presión
arterial de mi madre.
Sí,
mi madre es hipertensa.
Consecuencia:
Le han quitado, por completo, la sal de su dieta.
Resultado:
Está insoportable.
Efecto
colateral: YO.
En
beneficio de las dos, y de nuestra salud mental, he optado por dejar
que la pruebe una vez a la semana. No me queda otra, es difícil
lidiar con una adicta al cloruro sódico de 85 años.
Hoy
se le ha antojado pizza, - desde que empezó con las restricciones
alimenticias se comporta como una embarazada crónica y se le antoja
de todo -, así que nos hemos ido a “La casa de las pizzas”. Un
nombre súper original. Ahora todos los comercios se llaman “La
casa de lo que sea”, para más inri, en mi calle han abierto una
clínica dental que se llama “La casa del Diente”, que tiene
justo a la entrada una enorme muela sentada en un trono dorado... y
no, los dueños no son chinos. Si con ello pretenden hacerme sentir
como en casa no lo van a conseguir, el dentista no mola por mucho
muñeco inchable que me pongas en el escaparate. Cada vez que voy a
hacerme una limpieza bucal y me enchufan ese mini taladro se me viene
a la cabeza La naranja mecánica y me da un mal
rollo...
A lo
que íbamos, que me disperso. Llegamos al local, hace un calor tan
sofocante, que tengo la sensación de haber atravesado el desierto.
No pasa nada, una vez que entramos en la pizzería, las gotas de
sudor se transforman en estalactitas, gracias a esa maldita manía de
poner los aires acondicionados a 5 grados bajo cero, acabo tiritando
y con la piel de gallina en todas las tiendas. Mi madre, como va con
rebeca, ni se entera. No sé por qué, pero las señoras mayores
siempre tienen frío.
Dentro
del local sólo hay un matrimonio con dos niñas, que, o son gemelas
idénticas, o yo necesito volver al oculista. - A mí me gusta mucho
observar, es curioso que siendo a veces “un poco” caótica, tenga
una mente tan analítica -. Analizando a bote pronto, el marido tiene
un claro Síndrome Pre-vacacional, - lo sé, eso no existe, al menos
no hasta que una de esas universidades de Wisconsin o Wichita, que
son las que suelen hacer estudios fascinantes y realmente
significativos, como por ejemplo: “¿Por qué los pájaros
carpinteros no sufren dolores de cabeza?”, o “¿ Se puede extraer
el sabor a vainilla de las heces de las vacas? ”, o, uno de mis
favoritos, “Las ratas no siempre distinguen el japonés hablado del
revés del holandés hablado del revés”, en definitiva, unos
estudios muy importantes para la comprensión de la Madre Naturaleza
que nos rodea -, espero que alguno de estos estudiosos investigadores
lea este post y estudie sobre este Síndrome que me he sacado de la
manga, si les queda tiempo entre tanta vainilla y tanto pájaro.
En
realidad, se habla mucho del Síndrome Post-vacacional, pero el “Pre”
os aseguro que es mucho peor, porque, gracias a él, te pierdes los
tres primeros días de libertad laboral cabreado como una mona porque
no consigues desconectar.
Es el
caso de este padre de familia. Está sentado frente a mí, en otra
mesa. Tiene el cuello de un toro, rojo y lleno de venas a punto de
estallar. Está muy nervioso, se le nota a leguas que acaba de
llegar, sigue estresado por el largo viaje y los once meses
trabajando setenta horas semanales que acaba de dejar atrás, aunque
parece que se resiste a hacerlo, porque sigue mirando su reloj y con
prisas.
Su
mujer, sin embargo, está pegada al movil, escribiendo mensajes
desaforadamente y sin prestar la más mínima atención a su familia.
Tiene un evidente trastorno de ansiedad por separación de sus
queridas amigas, - con las que estará acostumbrada a compartir su vida
durante los once meses que trabaja su marido -, así que palia la
angustiosa distancia con WhatsApp.
A
mí el WhatsApp me parece muy curioso, cuando me mensajeo con mis
amigas llega un momento en que les pregunto: “¿Por qué no
quedamos?”. Y me responden: “¡Uy, estoy muy liada, apenas tengo
tiempo de nada!”....
¿En
serio no tienes tiempo y llevamos tres horas mensajeándonos, jodía?
En
fin, si en algún momento pretendieron alienar a la Humanidad a nivel
mundial, con WhatsApp lo han conseguido de pleno.
Pero
sigamos con la historia. Las niñas de la pareja son idénticas, y
van vestidas iguales, - me dan yuyu -, a las pobres les han puesto
dos trajes de repollo y llevan algo así como 20 lazos dispuestos
estratégicamente por sus voluminosas cabezas, - ¡qué parto tuvo
que tener esa madre! -, francamente, me apiado de ellas, tendrían
que estar en bañador, con un cubo y una pala correteando por la
playa...
Mientras
esperamos, me fijo en una televisión de plasma gigantesca colgada de
la pared, donde están emitiendo videoclips, y... ¡cómo no!, es el
“Despacito” de un tal Fonsi. Creo que lo he escuchado 3.409.890
veces en la última semana, hasta lo he escuchado en el baño de unos
grandes almacenes, hasta el moño estoy de esta canción, una ya no
puede ni miccionar tranquila.
Mi
madre lo mira con desgana:
- Ese
chico es muy guapo... pero es como un llavero.- ¿Qué dices, mama?
- Que es muy pequeñito.
No
le digo nada, no se le vaya a subir la tensión otra vez y tengamos
un disgusto.
- Pornografía
musical – dice mirando el reloj. Tiene hambre, lo sé.- Sí, mama – es mejor seguirle la corriente, que me la conozco.
Prefiero callarme, es el Síndrome de abstinencia el que habla por ella. No debe ser nada fácil prescindir de la sal después de 80 años.
A
todo esto llega una señora mayor con el que debe ser su nieto, un
niño de unos ocho años que entra pegando saltos y se pone a correr
a la velocidad de un rayo entre las mesas. - Apuesto mi maltrecha
alma a que se ha comido un kilo de melocotones en almíbar, porque
ese subidón es de azúcar, fijo-.
Mientras
la abuela pide en el mostrador, el chiquillo se ha subido a una mesa
y mira la televisión con los ojos desorbitados, normal, en la
pantalla un montón de traseros estupendos desafían la gravedad del
universo entero y más allá, subiendo y bajando nalgas. Él mueve la
cabeza arriba y abajo al compás del meneo.
- ¡Tiburcio!,
¡bájate de ahí ahora mismo!
¿Tiburcio?...
¿En serio?... Ese niño lo debe pasar muy mal en el colegio,
angelito mío.
Pero
Tiburcio ya se ha perdido, en la pantalla hay una chica en ropa
interior negra y con ligueros, el niño empieza a tararear la
canción: “Tu eres bien puta, tu eres bien puta”...
- ¡Abuela!...
¡dice puta!, ¡puta!. Mamá dice que puta es una palabra muy fea y
la dicen en la tele... ¿Ya no es fea?, ¿puedo decir puta, abuela?- ¡Ni se te ocurra! - la señora lo agarra del brazo, le da un coscorrón de abuela, de esos que resuenan, y lo baja de la mesa. Nos pide perdón a los presentes y se lo lleva de nuevo al mostrador. - Si nunca has recibido un resonado coscorrón de abuela es que no has sido nieto -.
Mi
madre está en shock.
- Esta
música es una mierda. No deja nada a la imaginación.
Yo
prefiero no pronunciarme. Entiendo menos de reggaetón que de física
cuántica. Por otro lado es normal que a ella se lo parezca, ella es
más de Frank Sinatra, Los Beatles o Edith Piaf. Normal que le
parezca una mierda.
El
pobre niño, (que en un futuro muy cercano será estigmatizado por su
nombre), sin que ninguno nos hayamos dado cuenta, ha vuelto a subirse
en otra silla y señala fascinado la pantalla, - a los pequeños, por
alguna misteriosa razón, las palabras caca, pedo, culo y pis, les
parecen divertidísimas -. Todos en la sala nos giramos y escuchamos
atentamente. Y sí, la canción lo dice, literalmente:
“Se
puso a cuatro patas, quiere que lo entre por donde le sale la caca,
abre esas patas”.
Es
entonces cuando el padre con estrés pre-vacacional salta como un
resorte y amenaza a la dependienta:
- ¡O
apagas el puto televisor o te lo rompo a hostias!
Madre
del amor hermoso, qué agresividad, aquí se va a liar una muy gorda.
Las
niñas repollo empiezan a llorar como descosidas, la chica sale del
mostrador con el mando de la televisión en una mano y dos trozos de
tarta de chocolate en la otra. Se las sirve a las niñas que, acto
seguido, se limpian sus lágrimas de cocodrilo y se untan los dedos
de chocolate y se embadurnan la cara. Un claro ejemplo del auténtico niño tirano de
toda la vida. Ahora le llaman Síndrome del Emperador que queda muy
fino.
A
todo esto, la madre ni se inmuta, ella sigue a lo suyo, como si no
hubiera parido a sus retoñas.
Vaya tela.
Intentan
apagar el televisor con la misma urgencia que un bombero un incendio.
Pero no lo consiguen. La pobre chica se va en busca del encargado. El
mismo que hace 15 minutos estaba en el callejón fumando un cigarro
de maricarmen, al más puro estilo jamaicano. Dudo mucho que ahora
esté en condiciones de reaccionar diligentemente.
Cuando
regresa, sola, - era de esperar -, trae nuestra pizza... ¡Alabados
sean los dioses del Olimpo!
Mientras
le pago escucho al pequeño Tiburcio:
- ¡Abuela,
esa chica quiere gasolina!, ¡yo también quiero gasolina!
Las
hijas de la madre impertérrita se suman a la petición:
- Papá,
queremos gasolina... ¡Gasolina!, ¡Gasolina!
Miro
a mi alrededor buscando una cámara oculta porque empiezo a sentirme
como en El show de Truman.
- Suficiente
por hoy, vámonos, mamá.
Ella
me mira asombrada y en su bendita inocencia me pregunta:
- ¿Ahora
la gente bebe gasolina?... ¿eso no es malo?- No lo sé, mamá. Y sí, la gasolina es tóxica.
- La gente está fatal.
- No lo sabes tu bien, mamá.
Por
fin salimos de esa Jaula de grillos,
yo alucinando en colores y mi madre con su dosis de sal en una caja
de cartón, más feliz que una perdiz. Y nos vamos despacito, pasito
a pasito, suave, suavecito...
Cinco
minutos después ha pasado un coche de policía dirección a la
pizzería... se veía venir.
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