viernes, 4 de agosto de 2017

El Impacto Reggaetón


En España hay dos cosas que están por las nubes.
La primera: El nivel de deuda y déficit y la segunda: La presión arterial de mi madre.
Sí, mi madre es hipertensa.
Consecuencia: Le han quitado, por completo, la sal de su dieta.
Resultado: Está insoportable.
Efecto colateral: YO.

En beneficio de las dos, y de nuestra salud mental, he optado por dejar que la pruebe una vez a la semana. No me queda otra, es difícil lidiar con una adicta al cloruro sódico de 85 años.
Hoy se le ha antojado pizza, - desde que empezó con las restricciones alimenticias se comporta como una embarazada crónica y se le antoja de todo -, así que nos hemos ido a “La casa de las pizzas”. Un nombre súper original. Ahora todos los comercios se llaman “La casa de lo que sea”, para más inri, en mi calle han abierto una clínica dental que se llama “La casa del Diente”, que tiene justo a la entrada una enorme muela sentada en un trono dorado... y no, los dueños no son chinos. Si con ello pretenden hacerme sentir como en casa no lo van a conseguir, el dentista no mola por mucho muñeco inchable que me pongas en el escaparate. Cada vez que voy a hacerme una limpieza bucal y me enchufan ese mini taladro se me viene a la cabeza La naranja mecánica y me da un mal rollo...

A lo que íbamos, que me disperso. Llegamos al local, hace un calor tan sofocante, que tengo la sensación de haber atravesado el desierto. No pasa nada, una vez que entramos en la pizzería, las gotas de sudor se transforman en estalactitas, gracias a esa maldita manía de poner los aires acondicionados a 5 grados bajo cero, acabo tiritando y con la piel de gallina en todas las tiendas. Mi madre, como va con rebeca, ni se entera. No sé por qué, pero las señoras mayores siempre tienen frío.

Dentro del local sólo hay un matrimonio con dos niñas, que, o son gemelas idénticas, o yo necesito volver al oculista. - A mí me gusta mucho observar, es curioso que siendo a veces “un poco” caótica, tenga una mente tan analítica -. Analizando a bote pronto, el marido tiene un claro Síndrome Pre-vacacional, - lo sé, eso no existe, al menos no hasta que una de esas universidades de Wisconsin o Wichita, que son las que suelen hacer estudios fascinantes y realmente significativos, como por ejemplo: “¿Por qué los pájaros carpinteros no sufren dolores de cabeza?”, o “¿ Se puede extraer el sabor a vainilla de las heces de las vacas? ”, o, uno de mis favoritos, “Las ratas no siempre distinguen el japonés hablado del revés del holandés hablado del revés”, en definitiva, unos estudios muy importantes para la comprensión de la Madre Naturaleza que nos rodea -, espero que alguno de estos estudiosos investigadores lea este post y estudie sobre este Síndrome que me he sacado de la manga, si les queda tiempo entre tanta vainilla y tanto pájaro.
En realidad, se habla mucho del Síndrome Post-vacacional, pero el “Pre” os aseguro que es mucho peor, porque, gracias a él, te pierdes los tres primeros días de libertad laboral cabreado como una mona porque no consigues desconectar.

Es el caso de este padre de familia. Está sentado frente a mí, en otra mesa. Tiene el cuello de un toro, rojo y lleno de venas a punto de estallar. Está muy nervioso, se le nota a leguas que acaba de llegar, sigue estresado por el largo viaje y los once meses trabajando setenta horas semanales que acaba de dejar atrás, aunque parece que se resiste a hacerlo, porque sigue mirando su reloj y con prisas.
Su mujer, sin embargo, está pegada al movil, escribiendo mensajes desaforadamente y sin prestar la más mínima atención a su familia. Tiene un evidente trastorno de ansiedad por separación de sus queridas amigas, - con las que estará acostumbrada a compartir su vida durante los once meses que trabaja su marido -, así que palia la angustiosa distancia con WhatsApp.

A mí el WhatsApp me parece muy curioso, cuando me mensajeo con mis amigas llega un momento en que les pregunto: “¿Por qué no quedamos?”. Y me responden: “¡Uy, estoy muy liada, apenas tengo tiempo de nada!”....
¿En serio no tienes tiempo y llevamos tres horas mensajeándonos, jodía?
En fin, si en algún momento pretendieron alienar a la Humanidad a nivel mundial, con WhatsApp lo han conseguido de pleno.

Pero sigamos con la historia. Las niñas de la pareja son idénticas, y van vestidas iguales, - me dan yuyu -, a las pobres les han puesto dos trajes de repollo y llevan algo así como 20 lazos dispuestos estratégicamente por sus voluminosas cabezas, - ¡qué parto tuvo que tener esa madre! -, francamente, me apiado de ellas, tendrían que estar en bañador, con un cubo y una pala correteando por la playa...

Mientras esperamos, me fijo en una televisión de plasma gigantesca colgada de la pared, donde están emitiendo videoclips, y... ¡cómo no!, es el “Despacito” de un tal Fonsi. Creo que lo he escuchado 3.409.890 veces en la última semana, hasta lo he escuchado en el baño de unos grandes almacenes, hasta el moño estoy de esta canción, una ya no puede ni miccionar tranquila.
Mi madre lo mira con desgana:
- Ese chico es muy guapo... pero es como un llavero.
- ¿Qué dices, mama?
- Que es muy pequeñito.


No le digo nada, no se le vaya a subir la tensión otra vez y tengamos un disgusto.
- Pornografía musical – dice mirando el reloj. Tiene hambre, lo sé.
- Sí, mama – es mejor seguirle la corriente, que me la conozco.
Prefiero callarme, es el Síndrome de abstinencia el que habla por ella. No debe ser nada fácil prescindir de la sal después de 80 años.


A todo esto llega una señora mayor con el que debe ser su nieto, un niño de unos ocho años que entra pegando saltos y se pone a correr a la velocidad de un rayo entre las mesas. - Apuesto mi maltrecha alma a que se ha comido un kilo de melocotones en almíbar, porque ese subidón es de azúcar, fijo-.
Mientras la abuela pide en el mostrador, el chiquillo se ha subido a una mesa y mira la televisión con los ojos desorbitados, normal, en la pantalla un montón de traseros estupendos desafían la gravedad del universo entero y más allá, subiendo y bajando nalgas. Él mueve la cabeza arriba y abajo al compás del meneo.
- ¡Tiburcio!, ¡bájate de ahí ahora mismo!


¿Tiburcio?... ¿En serio?... Ese niño lo debe pasar muy mal en el colegio, angelito mío.
Pero Tiburcio ya se ha perdido, en la pantalla hay una chica en ropa interior negra y con ligueros, el niño empieza a tararear la canción: “Tu eres bien puta, tu eres bien puta”...
- ¡Abuela!... ¡dice puta!, ¡puta!. Mamá dice que puta es una palabra muy fea y la dicen en la tele... ¿Ya no es fea?, ¿puedo decir puta, abuela?
- ¡Ni se te ocurra! - la señora lo agarra del brazo, le da un coscorrón de abuela, de esos que resuenan, y lo baja de la mesa. Nos pide perdón a los presentes y se lo lleva de nuevo al mostrador. - Si nunca has recibido un resonado coscorrón de abuela es que no has sido nieto -.

Mi madre está en shock.
- Esta música es una mierda. No deja nada a la imaginación.
Yo prefiero no pronunciarme. Entiendo menos de reggaetón que de física cuántica. Por otro lado es normal que a ella se lo parezca, ella es más de Frank Sinatra, Los Beatles o Edith Piaf. Normal que le parezca una mierda.

- ¡Caca!, ¡Abuela ha dicho caca!
El pobre niño, (que en un futuro muy cercano será estigmatizado por su nombre), sin que ninguno nos hayamos dado cuenta, ha vuelto a subirse en otra silla y señala fascinado la pantalla, - a los pequeños, por alguna misteriosa razón, las palabras caca, pedo, culo y pis, les parecen divertidísimas -. Todos en la sala nos giramos y escuchamos atentamente. Y sí, la canción lo dice, literalmente:
Se puso a cuatro patas, quiere que lo entre por donde le sale la caca, abre esas patas”.
Es entonces cuando el padre con estrés pre-vacacional salta como un resorte y amenaza a la dependienta:
- ¡O apagas el puto televisor o te lo rompo a hostias!
Madre del amor hermoso, qué agresividad, aquí se va a liar una muy gorda.

Las niñas repollo empiezan a llorar como descosidas, la chica sale del mostrador con el mando de la televisión en una mano y dos trozos de tarta de chocolate en la otra. Se las sirve a las niñas que, acto seguido, se limpian sus lágrimas de cocodrilo y se untan los dedos de chocolate y se embadurnan la cara. Un claro ejemplo del auténtico niño tirano de toda la vida. Ahora le llaman Síndrome del Emperador que queda muy fino.
A todo esto, la madre ni se inmuta, ella sigue a lo suyo, como si no hubiera parido a sus retoñas.
Vaya tela.

Intentan apagar el televisor con la misma urgencia que un bombero un incendio. Pero no lo consiguen. La pobre chica se va en busca del encargado. El mismo que hace 15 minutos estaba en el callejón fumando un cigarro de maricarmen, al más puro estilo jamaicano. Dudo mucho que ahora esté en condiciones de reaccionar diligentemente.

Cuando regresa, sola, - era de esperar -, trae nuestra pizza... ¡Alabados sean los dioses del Olimpo!
Mientras le pago escucho al pequeño Tiburcio:
- ¡Abuela, esa chica quiere gasolina!, ¡yo también quiero gasolina!


Las hijas de la madre impertérrita se suman a la petición:
- Papá, queremos gasolina... ¡Gasolina!, ¡Gasolina!

Miro a mi alrededor buscando una cámara oculta porque empiezo a sentirme como en El show de Truman.
- Suficiente por hoy, vámonos, mamá.
Ella me mira asombrada y en su bendita inocencia me pregunta:
- ¿Ahora la gente bebe gasolina?... ¿eso no es malo?
- No lo sé, mamá. Y sí, la gasolina es tóxica.
- La gente está fatal.
- No lo sabes tu bien, mamá.

Por fin salimos de esa Jaula de grillos, yo alucinando en colores y mi madre con su dosis de sal en una caja de cartón, más feliz que una perdiz. Y nos vamos despacito, pasito a pasito, suave, suavecito...

Cinco minutos después ha pasado un coche de policía dirección a la pizzería... se veía venir.