miércoles, 12 de julio de 2017

Jogging, Footing, Running



Admiro profundamente a los que corren por gusto y con gusto. Los llamados runners, que en los años 80 hacían jogging y en los 90 footing.

He de admitir que, envuelta en mi ignorancia sobre carreras de fondo, siempre he pensado que las tres cosas son lo mismo. Pero va a ser que no. El running es otra cosa, High Level darlings, es algo muy serio, un deporte donde el calentamiento y los estiramientos son algo fundamental, al igual que la alimentación y la hidratación. También se ha de ser realista teniendo en cuenta lo que se puede y no se puede hacer, porque no es la cantidad de kilómetros sino la calidad y todo depende del estado físico y bla, bla, bla.

Por eso yo soy más de Jogging, una actividad tan ochentera como las hombreras gigantes y los cardados diabólicos imposibles. En los años 80 las chicas corríamos maquilladas como puertas, mientras unos aros inmensos nos descolgaban los lóbulos de las orejas y nos metían hostias en los mofletes a cada trote, a la par que dejábamos que la laca, o cemento armado, llámalo X, de nuestros cardados se evaporase poco a poco con el viento, para veinte años después joder la capa de ozono. Nosotros inventamos el primer running. Un running caótico y algo diferente al sofisticado de hoy en día. A medida que corríamos a nuestra bola, como patos mareados, nos íbamos “calentando” para luego, cuando creyéramos conveniente, o lo que es lo mismo, cuando ya no nos entraba ni un miserable hilillo de aire en nuestros pulmones de fumadores empedernidos, parábamos y nos “estirábamos” pagando unas cañas de cerveza o algún refresco, dependiendo de la hora que fuese. Los de aquella generación éramos capaces de ponernos a correr después de comernos una tortilla de papas o un bocadillo de chorizo de Cantimpalos, que luego se transformaban en unos flatos estupendos. Ninguno llevábamos botellitas super monas de agua, por eso también lidiábamos con unas lipotimias cojonudas.

Nos importaba un pimiento las distancias, los tiempos y el ritmo cardiaco. Nuestra forma física era… una auténtica mierda. Pero nos lo pasábamos de puta madre.

Y toda esta perorata viene porque ayer andaba yo por el paseo marítimo, alelada perdida y sin gafas, porque soy una miope tardía y, después de seis años, no me acostumbro a llevarlas a menudo, - total, para lo que hay que ver -.

El caso es que hacía un calor de un par de cojones, la acostumbrada brisa marina debía andar por Australia. En un momento dado, aparece en la lontananza un punto amarillo chillón fluorescente, era una camiseta sobre un muchacho que iba saludando a todo el mundo como si fuera el Papa. Lo primero que se me pasa por la cabeza es que esa persona no se pierde ni de coña, ¡joder, cómo brilla! Es entonces cuando ese Wally descarado y fácil de encontrar grita a lo lejos:

- ¡Prima, priiiimaaaa!

Mira por donde, es mi primo Manolo. El mismo del WhatsApp Familiar, el del chándal, el mismito que jodió la boda de su hermana Lola.

Manolo siempre ha corrido como Forrest Gump, mirando al cielo, con cara de acojonado y con los brazos pegados al cuerpo en ángulo recto y las manos tiesas. Cuando llega a mi altura se para en seco, sudando más que Zidane jugando al fútbol, - qué guapo es Zidane, coño -. Me lo quedo mirando de arriba abajo, lleva unas mallas negras muy estrechas y demasiado abultadas en la parte del aparato reproductor masculino, lo digo como una profesora de ciencias de primaria porque es mi primo, si no lo fuera diría “ese hombre de paquete sospechoso”.

- ¿Y esas mallas? – le pregunto aguantando la risa.

- ¿Te gustan?, son de mi hermana, de cuando estaba embarazada.

- Ahhh, ya veo.

- Así me puedo guardar las cosas aquí – me responde señalándose la barriga de marsupial.

- Claro, claro. Tú siempre has sido de ideas revolucionarias.

- Yo hago running a conciencia, prima.

- Genial – le digo fijándome en unas bandas negras que lleva en los tobillos, que parece que se ha fugado de la cárcel de Alhaurín - ¿Y esas tiras que llevas en los tobillos?

- Son pesas. ¡Un kilo cada una!

- Mira qué bien.

- Menos mal que te he visto. Tenía unas ganas de parar – mi primo se mete la mano en la entrepierna y saca un paquete de tabaco Ducados y un mechero, coge un cigarro y se lo enciende. Fundamental para un runner,  fumar tabaco negro en mitad de una carrera. Al subir el brazo para encenderlo le da un espasmo.

- ¿Estás bien, primo?

- Ah, sí, no es nada – me señala el móvil de tamaño industrial que lleva pegado al brazo – Cuando sudo mucho me da pequeñas descargas. Pero es que tengo que vigilar mis constantes, ¿sabes?

- Ahhh… - Este primo mío no es más tonto porque no amanece más temprano.

- Me encanta correr, prima. Me siento libre y me despeja la mente.

Curioso. No hace mucho decía lo mismo de la marihuana que se fumaba como si no hubiese un mañana.

- Esa cinta es mía – le digo muy seria, porque siempre me ha dado mucho coraje que me cojan las cosas sin pedirme permiso. Y esa cinta de toalla, fucsia, a lo Jane Fonda, me “desapareció” allá por 1.987. Nunca es tarde para resolver un misterio.

- No, esta cinta es de mi hermana Lola – hija puta, fue ella, ¡lo sabía! – es que me he depilado las cejas – ya veo, parece el hijo secreto del Capitán Spock – y el sudor ya no me chorrea por los lados. Ahora me cae en cascada sobre los ojos y me pican mucho.

- ¡Qué guay la vida del runner!

- ¿A que sí? – el pobre no sabe lo que es el sarcasmo – Bueno prima – me dice mientras le da la última calada al cigarro, que le ha debido llegar hasta la próstata, qué ansia – te dejo, que me quedan siete kilómetros y trescientos sesenta y siete metros, y se me bajan las pulsaciones.

- Muy bien, primo.

- ¿Te quieres venir?

- No gracias. Yo, si eso, voy a hacer un poco de jogging hasta el bar de Almudena y me voy a comer una tapa de tortilla y una cervecita a tu salud. Yo soy una rumiante de costumbres, ya sabes.

- Si, si… - se queda un rato en la parra, pensando en a saber qué, hasta que le vuelve a dar una descarga el puñetero móvil - ¡Coño, esta ha sido más fuerte!, ¡Adiós, prima!

- Adiós, bonito.

Y allí que se va mi primo Manolo, el gigante Forrest, sin enterarse de nada como siempre, y tan equipado para runnear que RoboCop a su lado parece un click de Famobil.


Acabo de ver claramente la diferencia entre Jogging y Running. Ya huelo la tortilla de patatas. ¡Con cebolla, por favor!

¡Qué bello es vivir!