Esta mañana me hallaba yo en la cocina, haciendo café,
porque soy cafeinómana y necesito mi dosis, y, al igual que Carmina, la
protagonista de Carmina o revienta, - me encanta esa película -, empecé a tener
un soliloquio conmigo misma, que en mi caso es más un monólogo onanista porque
me flipa hablar sola, y todo lo que hacemos a solas con gusto es onanista, lo
mires por donde lo mires, aunque no te toques. Y me he dado cuenta de que estoy
perdida y muy confundida.
El caso es que esta tarde tengo uno de esos momentos de
horror anual. En realidad, tengo tres al año. Uno es el dentista, otro es el
ginecólogo y el último… la declaración de la renta. Los tres son bastante
parecidos, en uno me hurgan por arriba, en otro por abajo y en el último hurgan
en mi puñetera vida en general. Pero este año es diferente porque, después de
cuarenta años, por fin sabemos que Hacienda no somos todos. Sí, así es. En un
juicio muy sonado, del que no voy a dar detalles, porque no está bien que Noos
repitamos tanto, escuché per-fec-ta-men-te cómo la Abogada del Estado afirmaba
que “Hacienda somos todos” es sólo un slogan, ¡no me jodas, que llevo 24 años
declarando para nada! Así que, esta señora, se ha cargado de un plumazo el
famoso “Hacienda somos todos. No nos engañemos” de 1978 y lo ha transformado en
el “No nos engañemos. Hacienda no somos todos” de 2016. Jamás había visto un
juicio tan romántico. Hay que ver la cantidad de chorradas, estupideces y
saltamientos de la ley que se pueden llegar a hacer por amor.