¡Muerta en la bañera me he quedado!... bueno, no
literalmente, porque sigo viva a pesar de todo y no tengo bañera, que yo soy
más de plato de ducha.
El caso es que, sin querer, o sea, haciendo zapping, me he
encontrado con Bob Esponja. Que es una esponja, pero de baño, que vive en una
piña en el fondo del mar, con un pulpo que se cree calamar. Cuando descubrí que
vive en una ciudad llamada Fondo bikini apagué la tele estupefacta. He
descubierto de dónde sacó la chica de la CUP la idea de las esponjas marinas.
¡Virgen del amor hermoso! No pienso volver a ver Bob Esponja, al menos, hasta
que se me vaya la banda sonora, que se me ha metido en la cabeza y no para de
martillearme, “Quien vive en la piña debajo del mar, Bob esponja... su cuerpo
amarillo absorbe sin más, Bob esponja... el mejor amigo que puedas tener, Bob
esponja... ¡Porras!, se lo han puesto en bandeja a la de la CUP.
En fin, que yo soy muy ochentera, y en aquella época
disfrutábamos, entre comillas, de los dibujos nipones. ¡Qué pechá de llorar!,
con tanto huérfano, yo me apuesto lo que quieras a que esos dibujos son las
madres de la telenovela. Porque, salvo por las escuelas de modelaje, - que en
un principio yo creía que eran escuelas de alfarería -, el resto de la trama es
muy parecida. Pero, después de casi treinta y cinco años, he descubierto un
nexo entre ellos. Concretamente entre Heidi, Marco y Benji y Oliver.
La primera fue Heidi, que nos enseñó muchas cosas, desde que
se puede estar en mitad de Los Alpes en pololos sin tener ni pizca de frío,
hasta que un columpio se puede colgar del cielo, incluso se creó un síndrome,
el síndrome de Heidi, que trata de la inadaptación de un niño a la vida urbana,
con lo bonita que es la urbe, con su tráfico, su contaminación y su lenguaje
genital como insulto.
Heidi en realidad era Marco. A la madre de éste se la llevó
la CIA a Argentina, como testigo protegido y a Marco se lo llevaron a Los Alpes
de incógnito, bajo la identidad de una niña, que estaría al cuidado de un
abuelo, que no era biológico, era uno de los muchos abuelos dejados de la mano
de Dios en un geriátrico, que todavía tienen un espíritu joven y necesitan
aventuras, así que los forman para llevar a cabo estas misiones.
Heidi-Marco conoce a Pedro, que se enamora de ella
perdidamente. Luego aparecen en la historia Clara, que es una farsante que se
hace pasar por paralítica, pero de eso nada, que la he visto yo levantarse de
la silla, en el momento justo en el que se da cuenta de que no tiene nada que
hacer con Pedro. Y luego estaba la entrañable Señorita Rottenmayer, - que
parecía sacada de El Orfanato -, la educadora de Clara, un punto filipino, con
más mala leche que la Kim Kardashian, y que, curiosamente, cuando terminó la
serie se marchó a la ciudad de Templin, en la antigua República Democrática
Alemana, a unos 80 km al norte de Berlín. Fue contratada por una familia
para que enderezase la vida de su hija díscola, que se acababa de apuntar a las
Juventudes Comunistas de la RDA. Una tal Angela, a la que, como no, puso en su
sitio y consiguió casarla en 1977 con un físico, un tal Ulrich, que la mandó a freír pimientos en 1982, - porque a ella no hay quien la soporte -, y al que robó el
apellido de por vida, ¡vaya par de cojones, Señora Merkel!
Total, que un día, al abuelo se le escapa el paradero de la
madre de Marco en Argentina. Heidi se quita los pololos, manda a freír puñetas
la vida Alpinera y se recorre medio mundo tranquilamente, sin necesidad de
acompañante por ser menor, sin pasaporte, sin visado… ¡A pelo!, - y pensar que
una vez fuimos tan libres, qué asco de involución -. En fin, que cuando consigue
encontrarla, la pobre está a punto de palmarla, porque, como ya no les sirve de
nada a la CIA, la están envenenando, pero como aquellos años eran maravillosos,
la buena mujer se recupera nada más ver a su hijo. Pero, de nuevo, tienen que
escapar. Este punto de la historia es crucial, porque pude entender por qué en
cada adaptación que hacían de Marco, la familia tenía diferentes apellidos. Y
eso sólo pasa cuando eres un testigo protegido, que puedes ser un Ansaldi,
un Valesini o un Rossi… - A ver si Valentino Rossi va a ser el hijo secreto de
Marco…que de todo hay en la viña del Señor -.
Después de un largo viaje, del que no nos han contado nada,
- a saber por qué -, llegan a Tokio, porque el pobre Marco acabó traumatizado
de tanto llevar pololos y se negaba a volver a esos paseos a lo Brokeback
Mountain con Pedro, vamos, que pasaba, como de comer flores, de volver
a las montañas y punto pelota. Proveniente de Tokio, se muda con su madre a
Shizuoka y se inventa un rollo macabeo de que a los 5 años salió ileso de ser
atropellado por un camión gracias a que interpuso su balón entre el automóvil y
él, y, luego, al salir despedido por el choque, nuevamente la pelota evitó que
se golpeara contra el suelo, bla, bla, bla, aceptamos barco como animal
acuático. Total, que se convierte en Oliver y juega al fútbol con Benji, que se
parece demasiado a Pedro. A lo mejor en aquella época disponían de poco
personal y tenían que ir rotando a los mismos personajes, como le pasa a
Telecinco.
El único recuerdo que tengo de Oliver y Benji son esas
interminables jugadas, ese balón flotando en el aire durante seis capítulos
seguidos, ¡la Virgen, qué paciencia! Paciencia nipona.
No me digan que no tiene mandanga la historia. Y a eso hay
que sumarle dos nuevas líneas de investigación,
Primera: me apuesto lo que quieras a que Pikachu es el
resultado de un experimento nuclear con la abeja Maya.
Segundo: Sin Shan y Chicho Terremoto son gemelos separados
al nacer.
Y de momento, nada más, sólo que…, “Quien vive en la piña
debajo del mar, Bob esponja... su cuerpo amarillo absorbe sin más, Bob
esponja... el mejor amigo que puedas tener, Bob esponja” ... ¡Porras!, cómo se
nota que no he recibido entrenamiento como La espía que me amó para estas
misiones de investigación, ¡qué tortura de soniquete!
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