Hace catorce años que no me echo un tinte. Digamos que tuve
un “problemilla” en esa época, porque yo me jactaba de que todos los colores me
sentaban de lujo, hasta que me puse rubia platino, el mismo que a Lady Gaga le
sienta de puta madre, pero a mí se me quitaron las ganas de pintarme el pelo
por muchísimo tiempo. Hasta hoy.
Me armé de valor y me fui al super. Cuando llegué a la balda
de los tintes casi me da un parraque, ¡Hay quinientos dieciocho mil tonos! -
¿Dónde he estado metida todo este tiempo? - Any way, mi cabezonería innata no
me permitía salir de allí sin mi tinte. Escogí un caoba, muy chic, un Rubio
Oscuro Rojizo, tono 6´6, que debe ser la nota final del color, porque vaya
tela, ni Rubio, ni Oscuro, ni Rojizo. Ya sé que el color definitivo está justo
entre el que pone en la fotografía de la caja y el que yo intrínsecamente me
imagino que me va a quedar, pero…
Debí suponer que me había equivocado cuando la entrañable
cajera lo cogió, me miró el pelo, hizo un mohín y lo pasó por el lector de
códigos, ladeó la cabeza y me dijo: “4´99”. Hasta ahí normal, todos tenemos un
mal día, pero después añadió un: “¡Suerte!” y sonrió falsamente. Ahora sé que
ella lo sabía. Pero ella no sabe que volveré.
En fin, tres días después, - que es lo que tardo en
mentalizarme ante mi futuro cambio de aspecto -, monto el zafarrancho de
combate y coloco cuidadosamente sobre el lavabo las mil cosas que salen de esa
caja tan pequeña, que me río yo de los trucos del Mago Blas.
Me leo las indicaciones por si ha cambiado algo en la última
década. Lo de siempre, abres la emulsión reveladora, echas el baño de color,
esperas 25 minutos jugando al Candy Crush como la Villalobos en el Congreso
cuando era presidenta del mismo, - pero yo no estoy en horas de trabajo, que
conste -, lo aclaras bien, echas el champú protector, aclaras again, y, por
último, el vitalizador, ya que, por lo visto, en los pasos anteriores tu pelo
se ha muerto asfixiado y hay que resucitarlo. Al final lo aclaras hasta que salga
el agua limpia y ya está, ni tu santa madre te va a reconocer.
La teoría la he entendido, ahora vamos a la práctica.
Me pongo los guantes, los de ahora son como un condón
gigante de cinco puntas con polvos de talco dentro, con los que te aseguro que
también podrías ayudar a parir a una vaca. Abro la emulsión, echo el baño de
color, cierro y agito hasta que quede uniforme. Y agito, y agito. Agito tanto
que, mientras se me duerme la muñeca, me viene a la memoria Tom Cruise en la
película Cóctel - y, la verdad, no sé por qué -. Veinte minutos después, - más por
agotamiento que por uniformidad -, decido cortar la punta y empezar, a freír
puñetas lo homogéneo. Separo mechones, aplico en la raíz, froto con los guantes
condón, bla, bla, bla. Media cabeza hecha, cojonudo. Entonces me giro para
empezar con el otro lado y me doy cuenta, bajo el reflejo de la luz alógena,
que tengo un rubio ceniza natural espectacular. ¡Mierda!
No me queda más remedio que seguir, porque el look Cruella
de Vil/Mónica Naranjo murió en los 90, y lo sé. Termino y me quito los guantes
de partera de vacas y me pongo a esperar.
10 minutos después de jugar al Candy Crush, porque me han
quitado todas las vidas y tengo que esperar - vaya una mierda de juego - y 15
minutos después de revisar concienzudamente la foto de WhatsApp de mi prima
Alba, que ha perdido cincuenta y siete kilos - está estupenda la jodía - y no
los recupera - es inmune al efecto yo-yo -, me meto por fin en la ducha.
Después de aclarar, champú, aclarar, el resto del champú,
otro enjuague, el vitalizador y aclarar, - ufff, me canso sólo de recordarlo -
tengo las cervicales y las lumbares contracturadas de por vida y, para colmo,
yo, que soy tan respetuosa con el medio ambiente, he secado el Miño y parte del
Ebro.
Hemos llegado al momento Pánico Total de la operación:
MIRARME AL ESPEJO.
…
Bueno, hemm, no está como yo pensaba, ni esperaba, ni
quería… tampoco está como en la foto de la caja, pero lo paso por alto porque
tengo una parte, - y bastante grande -, de la cara, de un color rojo tomate, ¡parezco
la gemela de Darth Maul en La Amenaza Fantasma! Como es previsible, cojo
algodón, alcohol y froto, pero no sale, con acetona tampoco. Se me empiezan a
saltar las lágrimas, pero se contraen rápidamente para dar paso a una ira que
no experimentaba desde 1984, en plena efervescencia hormonalescente. Resulta
que no veía un expediente X hacía mucho. ¿Podría explicarme el señor o la
señora que ha diseñado estos guantes polvotalcados, cómo cojones tengo la punta
de los dedos índices iguales de rojas que la cara? Que parezco ET, ¡coño!
Respiro hondo y me digo a mí misma, - por lo bajini -, no
pasa nada, Alicia, míralo por el lado bueno - porque soy asquerosamente
positiva - en una Cosplay serías la envidia de todos, la perfecta mezcla entre
el psicópata del sable laser rojo y el extraterrestre cabezón al que sus
compatriotas planetarios dejan tirado en la Tierra - porque habas se cuecen
hasta en otras galaxias -.
Entonces se me ocurre la brillante idea, - que de esas tengo
muchas -, de secarme el pelo, a ver si con el calor se disuelven las manchas, a
veces ocurren milagros. Como el nuevo secador tuvo un percance y estiró la
pata, - estaba yo una tarde haciendo karaoke casero con el secador de
micrófono, cuando llamó mi prima Alba, la que no ha vuelto a engordar, y me di
un susto de muerte y el secador saltó por los aires y se estrelló contra la
puerta del baño, y el resto es historia - pues tengo que coger el viejo, que me
regaló mi madre cuando me emancipé la primera vez… ¿o fue la tercera?... no
recuerdo, han sido tantas emancipaciones… El caso es que cojo al pobre
Matusalén echador de aire. No llevo ni un minuto cuando empieza a calentarse,
huele a pelo quemado, noto un fuerte tirón… ¡Se está comiendo mi pelo por la
parte de atrás!, lo apago inmediatamente, pero sigue sonando el motor, lo
desenchufo y como traca final me devuelve tres mechones carbonizados. ¡Virgen
santa!, ese secador tendría que estar en la misma vitrina que la muñeca
Annabelle, en la casa de los Warren.
Consigo tranquilizarme respirando como manda mi profesor de
yoga, - o sea, bien -, y cojo el móvil. Cierro la foto de mi prima Alba y busco
en Google:
“¿Cómo demonios me quito las manchas de tinte?”, lo escribo
tal cual, porque estoy muy enfadada y respirar bien no me hace efecto, y,
curiosamente, aparecen 188.000 resultados, - no sé si eso me consuela porque
parezco menos tonta o porque somos muchos los que estamos jodidos -. Y entonces
aparece ella, mi salvadora, mi musa…
En este momento he de ponerme muy seria, - como si me
estuvieran dando el Goya -, quiero agradecer a Isasaweis que exista en la red,
porque, si no llega a ser por ella, que es tan sabia que no usa los guantes de
la caja, y se customiza una bolsa de basura para no mancharse la ropa y se pone
crema hidratante, antes de echarse el tinte, - cosa que yo no hice -, donde
tengo los restos que escupió Vulcano, o sea, en los bordes de la cara… No me
extraña que tenga tantas visitas. No te mueras nunca Isasaweis, te necesitamos.
El caso es que con unas toallitas de culito de bebé me lo quité todo.
Una vez más me pregunto ¿Por qué esas toallitas sirven para
casi todo? No, prefiero no saberlo, que me lo cuenten en el lecho de muerte,
cuando ya no me importe nada, por si acaso.
De todo se aprende algo. La próxima vez que pase por una
peluquería y vea TINTE = 40 Euros, a Dios pongo por testigo de que jamás
volveré a decir:
“¡Qué disparate!”, totalmente ofendida, porque yo, cobraría
500.
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