domingo, 2 de abril de 2017

Rubio Oscuro Rojizo


Hace catorce años que no me echo un tinte. Digamos que tuve un “problemilla” en esa época, porque yo me jactaba de que todos los colores me sentaban de lujo, hasta que me puse rubia platino, el mismo que a Lady Gaga le sienta de puta madre, pero a mí se me quitaron las ganas de pintarme el pelo por muchísimo tiempo. Hasta hoy.

Me armé de valor y me fui al super. Cuando llegué a la balda de los tintes casi me da un parraque, ¡Hay quinientos dieciocho mil tonos! - ¿Dónde he estado metida todo este tiempo? - Any way, mi cabezonería innata no me permitía salir de allí sin mi tinte. Escogí un caoba, muy chic, un Rubio Oscuro Rojizo, tono 6´6, que debe ser la nota final del color, porque vaya tela, ni Rubio, ni Oscuro, ni Rojizo. Ya sé que el color definitivo está justo entre el que pone en la fotografía de la caja y el que yo intrínsecamente me imagino que me va a quedar, pero…

Debí suponer que me había equivocado cuando la entrañable cajera lo cogió, me miró el pelo, hizo un mohín y lo pasó por el lector de códigos, ladeó la cabeza y me dijo: “4´99”. Hasta ahí normal, todos tenemos un mal día, pero después añadió un: “¡Suerte!” y sonrió falsamente. Ahora sé que ella lo sabía. Pero ella no sabe que volveré.

En fin, tres días después, - que es lo que tardo en mentalizarme ante mi futuro cambio de aspecto -, monto el zafarrancho de combate y coloco cuidadosamente sobre el lavabo las mil cosas que salen de esa caja tan pequeña, que me río yo de los trucos del Mago Blas.

Me leo las indicaciones por si ha cambiado algo en la última década. Lo de siempre, abres la emulsión reveladora, echas el baño de color, esperas 25 minutos jugando al Candy Crush como la Villalobos en el Congreso cuando era presidenta del mismo, - pero yo no estoy en horas de trabajo, que conste -, lo aclaras bien, echas el champú protector, aclaras again, y, por último, el vitalizador, ya que, por lo visto, en los pasos anteriores tu pelo se ha muerto asfixiado y hay que resucitarlo. Al final lo aclaras hasta que salga el agua limpia y ya está, ni tu santa madre te va a reconocer.

La teoría la he entendido, ahora vamos a la práctica.

Me pongo los guantes, los de ahora son como un condón gigante de cinco puntas con polvos de talco dentro, con los que te aseguro que también podrías ayudar a parir a una vaca. Abro la emulsión, echo el baño de color, cierro y agito hasta que quede uniforme. Y agito, y agito. Agito tanto que, mientras se me duerme la muñeca, me viene a la memoria Tom Cruise en la película Cóctel - y, la verdad, no sé por qué -. Veinte minutos después, - más por agotamiento que por uniformidad -, decido cortar la punta y empezar, a freír puñetas lo homogéneo. Separo mechones, aplico en la raíz, froto con los guantes condón, bla, bla, bla. Media cabeza hecha, cojonudo. Entonces me giro para empezar con el otro lado y me doy cuenta, bajo el reflejo de la luz alógena, que tengo un rubio ceniza natural espectacular. ¡Mierda!

No me queda más remedio que seguir, porque el look Cruella de Vil/Mónica Naranjo murió en los 90, y lo sé. Termino y me quito los guantes de partera de vacas y me pongo a esperar.

10 minutos después de jugar al Candy Crush, porque me han quitado todas las vidas y tengo que esperar - vaya una mierda de juego - y 15 minutos después de revisar concienzudamente la foto de WhatsApp de mi prima Alba, que ha perdido cincuenta y siete kilos - está estupenda la jodía - y no los recupera - es inmune al efecto yo-yo -, me meto por fin en la ducha.

Después de aclarar, champú, aclarar, el resto del champú, otro enjuague, el vitalizador y aclarar, - ufff, me canso sólo de recordarlo - tengo las cervicales y las lumbares contracturadas de por vida y, para colmo, yo, que soy tan respetuosa con el medio ambiente, he secado el Miño y parte del Ebro.

Hemos llegado al momento Pánico Total de la operación:

MIRARME AL ESPEJO.


Bueno, hemm, no está como yo pensaba, ni esperaba, ni quería… tampoco está como en la foto de la caja, pero lo paso por alto porque tengo una parte, - y bastante grande -, de la cara, de un color rojo tomate, ¡parezco la gemela de Darth Maul en La Amenaza Fantasma! Como es previsible, cojo algodón, alcohol y froto, pero no sale, con acetona tampoco. Se me empiezan a saltar las lágrimas, pero se contraen rápidamente para dar paso a una ira que no experimentaba desde 1984, en plena efervescencia hormonalescente. Resulta que no veía un expediente X hacía mucho. ¿Podría explicarme el señor o la señora que ha diseñado estos guantes polvotalcados, cómo cojones tengo la punta de los dedos índices iguales de rojas que la cara? Que parezco ET, ¡coño!

Respiro hondo y me digo a mí misma, - por lo bajini -, no pasa nada, Alicia, míralo por el lado bueno - porque soy asquerosamente positiva - en una Cosplay serías la envidia de todos, la perfecta mezcla entre el psicópata del sable laser rojo y el extraterrestre cabezón al que sus compatriotas planetarios dejan tirado en la Tierra - porque habas se cuecen hasta en otras galaxias -.

Entonces se me ocurre la brillante idea, - que de esas tengo muchas -, de secarme el pelo, a ver si con el calor se disuelven las manchas, a veces ocurren milagros. Como el nuevo secador tuvo un percance y estiró la pata, - estaba yo una tarde haciendo karaoke casero con el secador de micrófono, cuando llamó mi prima Alba, la que no ha vuelto a engordar, y me di un susto de muerte y el secador saltó por los aires y se estrelló contra la puerta del baño, y el resto es historia - pues tengo que coger el viejo, que me regaló mi madre cuando me emancipé la primera vez… ¿o fue la tercera?... no recuerdo, han sido tantas emancipaciones… El caso es que cojo al pobre Matusalén echador de aire. No llevo ni un minuto cuando empieza a calentarse, huele a pelo quemado, noto un fuerte tirón… ¡Se está comiendo mi pelo por la parte de atrás!, lo apago inmediatamente, pero sigue sonando el motor, lo desenchufo y como traca final me devuelve tres mechones carbonizados. ¡Virgen santa!, ese secador tendría que estar en la misma vitrina que la muñeca Annabelle, en la casa de los Warren.

Consigo tranquilizarme respirando como manda mi profesor de yoga, - o sea, bien -, y cojo el móvil. Cierro la foto de mi prima Alba y busco en Google:

“¿Cómo demonios me quito las manchas de tinte?”, lo escribo tal cual, porque estoy muy enfadada y respirar bien no me hace efecto, y, curiosamente, aparecen 188.000 resultados, - no sé si eso me consuela porque parezco menos tonta o porque somos muchos los que estamos jodidos -. Y entonces aparece ella, mi salvadora, mi musa…

En este momento he de ponerme muy seria, - como si me estuvieran dando el Goya -, quiero agradecer a Isasaweis que exista en la red, porque, si no llega a ser por ella, que es tan sabia que no usa los guantes de la caja, y se customiza una bolsa de basura para no mancharse la ropa y se pone crema hidratante, antes de echarse el tinte, - cosa que yo no hice -, donde tengo los restos que escupió Vulcano, o sea, en los bordes de la cara… No me extraña que tenga tantas visitas. No te mueras nunca Isasaweis, te necesitamos. El caso es que con unas toallitas de culito de bebé me lo quité todo.

Una vez más me pregunto ¿Por qué esas toallitas sirven para casi todo? No, prefiero no saberlo, que me lo cuenten en el lecho de muerte, cuando ya no me importe nada, por si acaso.

De todo se aprende algo. La próxima vez que pase por una peluquería y vea TINTE = 40 Euros, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a decir:
“¡Qué disparate!”, totalmente ofendida, porque yo, cobraría 500.

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