Después de las comilonas navideñas, compuestas
mayoritariamente por millones de calorías y litros de alcohol, - supongo que
por tanta reunión familiar tenemos forzosamente que anestesiarnos -, nos
proponemos hacer dieta. Eso la primera semana. Después, al menos en mi caso,
nos decantamos por “no pasarnos demasiado”, que es infinitamente más fácil que
lo de la dieta. Siempre pensamos que tenemos tiempo de sobra, porque nunca nos
acordamos de La Semana Santa, que se halla justo entre la Natividad y el ansiado
verano.
Esa Semana Santa, esa bendita Cuaresma que se sigue a
rajatabla en mi familia, ¡esos benditos postres de Cuaresma!
A la mierda todo el esfuerzo para no pasarnos demasiado. Yo
soy un ser humano de carne y hueso, tengo mis debilidades, muchas, por cierto.
Yo he de confesar que me paseo por los escaparates de las pastelerías poniendo
la misma cara que la niña de La Cerillera, más de una vez me ha
salido la dependienta con un pastelillo para que lo probara, - supongo que mi
cara debe ser un cuadro - y yo lo acepto, claro, porque soy muy educada, y
rebelde, eso de “no aceptes cosas de extraños”, en un caso así, me lo paso por
el arco del triunfo.
Así que, mientras unos se entregan al fervor religioso, yo
me entrego, por entero, al fervor cuaresmil de los postres. En mi familia todos
cocinan muy bien, todos menos yo. Yo sería capaz de intoxicar a un cuartel
entero y parte del extrarradio. Así que cuando vuelvo por vacaciones, los
besuqueo a todos muy deprisa y salgo disparada hacia la cocina. ¡Bendito sea el
Señor que inventó la Cuaresma! Lágrimas como melones me ruedan por las mejillas
cuando veo esas fuentes en el mostrador. Esos pestiños rebosantes de miel.
MMMM. Esas torrijas, en todas sus variedades, con leche, con vino. MMMM. Esos
buñuelos de castañas. MMMM. ¿Y los bartolillos de crema?, a los que hace mi
madre los tenían que canonizar, de hecho, no lo hacen porque no son personas.
Cada uno de esos Bartolillos es un milagro, esos resucitan a un muerto. También
han pasado por el martirio, no me jodas, los han frito en una sartén. Son
siervos de Dios porque sólo se hacen en Cuaresma. ¿Y qué mayor caridad que
morir engullido para hacer feliz al prójimo? Además, ¿no están los libros
canónicos? Pues que canonicen los bartolillos de crema ¡ya! Y que los repartan
por el mundo, que somos muy egoístas cuando nos da la gana, hombre.
El caso es que… hemos terminado la Cuaresma y yo, he acabado
con todas las bandejas de postres. Ayer terminé con el último arroz con leche… tengo
una pena.
En fin, manos a la obra. Que cuando vuelva a abrir los ojos
será verano y ya no hay excusas. El paso de las dietas me lo salto del tirón,
porque soy de aburrimiento rápido y caigo en la tentación con una facilidad
pasmosa. ¿La dieta de la alcachofa? Aburrida, demasiada alcachofa, - sí, no se
partieron los cuernos buscándole un nombre -. ¿La dieta de la piña?, no
gracias, la piña colada no está permitida. Y la última, que la hace una chica
del gimnasio, que está más para allá que para acá, - la dieta y la chica, las
dos por igual -, es la dieta de la Fuerza Aérea Rusa, ¡toma ya! En el desayuno,
sólo una taza de café, a la hora del almuerzo, dos huevos y un tomate. Para la
cena: hierbas con sal, pimienta y vinagre. Un año después habían muerto todos,
- es un suponer mío, pero comiendo como un pajarito, ya me dirás -.
Total, que voy a “intentar” no pasarme demasiado, - no
prometo nada -, y voy a seguir con el gimnasio.
Al gimnasio le he cogido tirria y miedo a partes iguales. En
la última clase de Zumba me metí un ostión con Yelyzaveta, una ucraniana que
pesa 200 kilos de músculo. Yo no he visto una cosa más prieta en mi vida, - y
mira que tengo un parque de bomberos al lado de mi casa -. En vez de girar a la
derecha como todos, me distraje dos milésimas de segundo, me fui para la
izquierda, y allí estaba ella, la mujer de Hulk en persona, inmensa. Mira, como
si me hubiera arrollado un tsunami. Me caí de espaldas y me desperté dos horas
después en el despacho de dirección. Ni me acordaba de mi nombre. ¡Qué mal
rato!
Ahora prefiero la cinta de correr. Correr, lo que se dice
correr, sólo los cinco primeros minutos. Después me limito al paso ligerito.
¡Hasta China he llegado yo en esa cinta! Otras veces me envalentono y hago Abs
Attack, - que no tiene nada que ver con Mars Attack -, Burn, TRX, Bodypump o
Xcore. Vamos, que parece que, en vez de hacer ejercicio, practico el sado
masoquismo. Pero lo peor viene después. Cuando salgo del gym, - ahora mola
decir gym, ¡tócatelo! -. Hay una cosa que a mí me pone muy nerviosa y me crea
ansiedad.
Después de liberar endorfinas a raudales, evitar la
osteoporosis, sentirme mejor – a veces – conmigo misma y sudar como un piloto
de Fórmula 1, llega el momento de marcharme feliz como una perdiz a casa. Y he
aquí la cuestión.
¿Alguien me puede explicar por qué SIEMPRE hay un bar
enfrente del gimnasio? ¿Un complot? ¿Una conspiración? ¿El Karma, tal vez?
Yo me siento atraída inmediatamente por esas fotos de platos
combinados. Esas croquetas, tan redonditas, con el brillo del aceite, porque
aún están calientes cuando les sacan la foto. Y junto a ellas, su prima
hermana, la super ensaladilla rusa, - que no es rusa -, con esa mayonesa cubriéndola,
como un manto de nieve abrazado a una montaña. Y al ladito, la foto de mi
querida y patriótica tortilla de patatas, - siempre con cebolla, por favor, si no es como un
jardín sin flowers -… se me hace la boca
agua, supongo que así se sentía Michael Douglas, en Instinto básico, cuando
Sharon Stone descruzaba las piernas en el interrogatorio de la comisaría. Lo
suyo era sexual y lo mío gastronómico, pero la baba se nos cae a los dos.
He encontrado la solución a este problema. Ahora salgo del
gym andando de espaldas, cuando bajo el escalón voy hacia la derecha como los
cangrejos, mirando la fachada, siempre procurando no girarme hacia el tentador
bar. Cuando llego a la esquina salgo escopetada por el parque y no paro hasta
llegar a mi portal. Un sacrificio enoooorme, lo sé. Quizás me canonicen algún
día, si lo hacen quiero ser una imagen como la de Santa Lucía, pero quiero que,
en vez de ojos, me pongan los bartolillos de crema de mi madre en la bandeja.
Y también tengo la solución a la dieta. Este año no voy a
hacer la Operación Bikini, no, me he sacado de la manga “La Operación Trikini”.
Esta operación es unisex. Y muy sencilla, ideal para no
morir en el intento. Es la siguiente:
- Vamos a comprarnos un bikini, bañador o lo que sea.
- Vamos a comprar el mismo modelo en tres tallas. M, L, XL.
- y me diréis ¿qué pasa con la talla S?... vamos a ver, mi talla S desapareció
con mi inocencia hace 20 años. Supongo que estará junto al Santo Grial, o sea,
que no la voy a recuperar jamás -. Si alguien la tiene, - ja, ja, ja -, sería de
la siguiente manera:
S, M, L.
- Y nada más.
En eso consiste la Operación Trikini. Me voy a comprar tres
bikinis de tallas diferentes y me los iré poniendo a medida que suba o baje de
peso. Porque el verano es muy traicionero. Me paso el día luchando contra
tintos de verano, pescaito frito, paellas, helados y gin tonics... ¿Que engordo? La XL, ¿Que
me mantengo? La M. ¿Que ni para arriba ni para abajo? La L.
Ya no me rompo más la cabeza. ¡Viva la Operación Trikini!
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